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México, 1913. Mientras las calles de la capital se llenan de sangre y fuego en lo que Ramón López Velarde llamó "febrero de Caín y de metralla", en el norte del país, en el estado de Coahuila, el gobernador Venustiano Carranza se apresta a desconocer el mandato del usurpador Huerta y así dar inicio a la segunda etapa de la Revolución, encabezando el movimiento constitucionalista que unos años más tarde lo llevaría a la presidencia. Si bien los vencedores y vencidos en cada contienda armada son los ejércitos, los coahuilenses Luis Jorge Boone y Julián Herbert nos recuerdan, en El polvo que levantan las botas de los muertos, que esos ejércitos se componen de individuos, y que cada uno de ellos entra en batalla con su propio bagaje de fortalezas y debilidades, miedos y aspiraciones, rencores y esperanzas: en los dos relatos que integran este volumen atestiguamos cómo dos vidas cumplen su destino en el vértigo de "la Bola", cada una a su manera, tal como lo hicieron miles de mexicanos en esos años de caos e incertidumbre. Ambos autores "poetas, narradores, ensayistas" plasman dos historias íntimas de la Revolución mexicana: la de un soldado raso federal que, desde la torre de una iglesia, espera la llegada del enemigo mientras recuerda cómo su futuro se le manifestó desde la infancia en sueños y pesadillas, y la de un maestro rural que, tras recorrer todos los niveles de la burocracia carrancista, es nombrado diputado del Congreso que promulgará la Constitución de 1917. Con un lenguaje deslumbrante, acuñado en la experiencia de su largo ejercicio poético, un afinado instinto narrativo y un profundo conocimiento tanto de la geografía como de la historia regional, Julián Herbert y Luis Jorge Boone consiguen instalar al lector en el centro de las batallas, al grado de que casi oímos zumbar las balas a nuestro alrededor, y recordarnos, más de un siglo después, que las botas de quienes participaron en nuestra máxima gesta nacional seguirán formando polvaredas durante mucho tiempo.