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Ilocalizables figura experiencias de lo intransmisible, de los múltiples sentires ante la ausencia permanente de una persona amada. Personas que han sido arrancadas de su cotidianidad, de sus espacios, familia, amigos, trabajo y escuela. Cuerpos y esencias desarraigadas del mundo y que parecen residir en ninguna parte. El desencanto de una era parece acompañar la narrativa de Ilocalizables, aquí el presente se quebró, no hay forma de remendar la colosal fisura, estamos ante el más perverso intento de crear una necrópolis democrática, hambrienta por ampliar su depósito de víctimas y mártires, relicarios y memoriales del horror, cuerpos celestes reverenciados en lo privado, en los espacios familiares, pequeños altares y nichos en el hogar. La calle y las avenidas no alcanzarían para gritar el dolor, para colgar el nombre y las fotografías de las personas ajusticiadas, desaparecidas. Mientras tanto, con tintes teológicos, los políticos y sus narrativas se empeñan en hacernos comprender que la tumba vacía, la ausencia y la muerte es preciosa ante los ojos de Dios. Paradigma fundador de un nuevo orden.